El pintor vuelve a recuperar la piel, el instante esplendoroso de la figura viva, delante, trémula, frente al artista seguro de su infalible ojo. La mirada y la mano directa, de un golpe, de un toque, «a la prima». La sensibilidad y la técnica de este gran artista nos devuelve su inquietante mirada a lo que titula forma femenina; sin medias verdades pazguatas entra de verdad en la intimidad de la forma, atrevido en el concepto y maestro en el trazo, sabe llegar al borde y mantener ese difícil equilibrio de una figuración sin trampas, llevada en la cabeza del pintor con la naturalidad con que vivimos las cosas sencillas y queridas. La paleta de rosas y tierras reducida a un platillo de café. Tres modelos y un regusto por el dibujo que parece rápido y pausado a un tiempo, como dejando que el ojo recorra lentamente los caminos que después, en un gesto de lo que se ha quedado inmerso, florece de golpe, certero llevando la mano sin pensarlo. Todo un placer para los que nos gusta la pintura.
Manuel Sáenz Messía