Biografía – Joaquín Cano Quintana

Isla (Cantabria), 1956.

En la obra de Joaquín Cano nos encontramos con una constante evocación al paisaje, a la representación de lugares con una cierta connotación de espacios mágicos. Digo mágicos por cuanto cautivan y polarizan nuestra atención enfatizando y sublimando la presencia de determinados elementos y motivos, al tiempo que minimizan y ocultan la presencia de los otros.

Las localizaciones de los paisajes exploran en la naturaleza más próxima fijándose en frecuentes cuestiones y referencias de carácter arqueológico. La representación de la figura humana no aparece de manera directa en el cuadro, aunque su presencia está implícita en abundantes rastros. La huella que el hombre deja al intervenir en el paisaje suele ser en muchas ocasiones el revulsivo y el argumento principal para determinar el asunto a tratar en la obra; es el ejemplo de series tales como las de tapias, portillas, ruinas arquitectónicas, senderos etc. En el caso de otros motivos aparentemente menos intervenidos como en los que aparece la marisma, el río o el arbolado, la perspectiva y la familiaridad con la que es planteado el tema nos sitúan en unas coordenadas estilísticas más próximas a destacar el carácter intimista del paisaje que a mostrarnos una visión descarnada y salvaje del mismo. Sospecho que se conciben como lugares de encuentro, por cuanto sirven de crisol y escenario puntual a lo largo de una constante búsqueda de nuevos recursos técnicos y conceptuales. El autor maneja con versatilidad diferentes medios, combinando las técnicas pictóricas con tratamientos de tecnología digital. Encola y ensambla algunas imágenes impresas junto con otros materiales plásticos, al tiempo que actúa mezclando y superponiendo frecuentes grafismos y manchas de color.

Se producen toda suerte de calidades, desde sutiles aguadas y transparencias, a gruesas y rugosas pinceladas, llegándose en muchos casos a la construcción de formas y estructuras auténticamente tridimensionales. Joaquin Cano no renuncia a su formación clásica en las antiguas Escuelas de Bellas Artes, al uso de sus técnicas y al encanto de sus materiales, pero busca un encaje y reconversión al tratamiento de la imagen con la mediación de las nuevas tecnologías. Es un ejemplo claro y muy didáctico de cómo pueden convivir los distintos lenguajes, tomando recursos de una y otra parte atendiendo a las necesidades expresivas del motivo. Estas obras, surgidas de lugares, búsquedas y encuentros, suponen para su autor sobretodo momentos de recreo (rememorando la infancia escolar).

Esos tiempos de sentimiento de una conciencia profunda y evasiva con relación al tiempo y al espacio; éstos microespacios en los que habitan las sensaciones más primigenias y que constituyen los lugares más placenteros para el espíritu y los sentidos. Al fin la congelación y materialización de aquellos instantes se convierte en éstos: rincones, islas, pequeños paraísos en los que apetece perderse para encontrarse a sí mismo.

Joaquín Martínez Cano



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