Testimonios: Dora Piñón

 

Comentarios de Dora Piñón sobre «Bosque insospechado» y su obra

«El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe»                                                                                    Eduardo Chillida

Salir a pasear, tomar notas, ser permeable al entorno que te envuelve.

Así comienzan las ideas, provocación y detonante de cada nuevo proyecto. Escuchar, ver, sentir, oler. Más allá de perpetuar un estilo de trabajo que pueda volverse repetitivo, reivindico la liberación de éste para explorar sensaciones y avivar el caos, desencadenante de una imagen inédita. Una catarsis provocada que desafía el espectro de la experiencia propia y anima a ampliar hacia espacios desconocidos a los que se debe dar respuesta. Es en esa amalgama de planos rotos y pinceladas borradas, es donde consigo percibir ecos de lo que nació como estímulo y que ahora es recuerdo.

La naturaleza es una inagotable fuente de ideas que utilizo como referencia. Comienzo a trabajar y cruzo la línea entre la figuración y la abstracción constantemente. Para dejar libre el camino al análisis, trabajo reiteradamente sobre una idea que se transforma en cada intento. Los nuevos caminos, aunque de recorrido incierto, afianzan el conocimiento tal y como los cimientos afianzan una edificación. Estos bocetos tomados del natural o como evolución del mismo, estructuran el concepto que renace en cada paso, animándome a transgredir mis propios límites. El error es acierto o no, dependiendo de cómo sepamos ver y usarlo. El caos, hecho materia en recorridos de gesto y color, invaden el soporte mientras mi mente intenta con denuedo escanear respuestas perezosamente escondidas. Cambio algo superfluo por lo que puede serlo aún más, sin embargo, el equilibrio de lo que pretende ser único me interpela a cada paso.


Comentario sobre la exposición

Manuel Sáenz-Messía, director de la Galería Espiral

No sin sorpresa voy descubriendo como al final del bosque lo que me queda son los cuadros de Dora Piñón.  De repente me asaltan a la memoria y sustituyen al bosque, como si aquél no fuera sino un boceto o una mera imitación de sí mismo. Cada sensación, luz o recodo se ha ido sustituyendo por manchas, trazos, golpes de pincel, como si el bosque saliera inevitablemente de la mano que traza con color en el soporte, como si todo el bosque estuviera detrás de los dedos que buscan el sonido de la hoja pisada, del crujido vegetal en el espesor de esa materia-olor ensoñada. Como si saliera, brotara de la mano toda la actividad creadora que encierra la poética del bosque y por encima del lugar, se hiciera de uno.  Se hace mía como espectador y memoria de su pintura, objetivo final de todo acto creativo.

Realiza su arte desde el convencimiento de que no se puede hacer otra cosa en la vida, para poder vivir con la intensidad y la veracidad con que la propia naturaleza del bosque lo hace. Auténtica investigadora que busca siempre la verdad total sin concesiones, convirtiendo al bosque en algo tan suyo que renace, por sentido en lo profundo, vegetal de sus pinceles.  Hoy el bosque primitivo, ensoñado como lugar de libertad y de misterio, no existe en la práctica, pues es destino primordial del turismo que pasa veloz con sus bicis por cualquier sendero.

Hoy, ese bosque sólo puede existir gracias a la recuperación de aquella idea de pureza casi rusoniana a la que el ecologismo no le llega, pues le falta el fundamental carácter de territorio mágico para las aventuras del héroe. Es el lugar de la canalización de la espiritualidad, la tierra de nadie habitada por bestias ignotas, a un mismo tiempo que el lugar benéfico, hasta incluso el lugar de la felicidad. Ese es el «Bosque insospechado» de Dora Piñón, el lugar propicio para lo benéfico y lo maléfico, el lugar del secreto poético, de la libertad primera de los pinceles de esta artista.

abril 2017


Dora Piñón y el tiempo dentro del cuadro

por Paloma Peláez Bravo, pintora y profesora en la Facultad de Bellas UCM.

De gran prestancia, intuitiva y emocional, así es el talante de Dora Piñón. Es frecuente que, al comentar la obra de un artista nos centremos sólo en sus obras, sin entender la actitud desde la que piensan y trabajan, pero para hablar de la pintura de Dora, es inexorable referirse a su disposición franca con el saber plástico, así como a su auto exigencia de conocimiento de la Naturaleza y la vida. Pintora entregada, atrevida y valiente, su formación se establece en las huellas de los grandes pintores; cada pincelada de esta artista conlleva la reivindicación de la calidad pictórica, de la experiencia directa con el lienzo.

La forma oval de su paleta nos descubre paisajes vividos y desde la representación del espacio natural, nos revela todo un mundo de sensaciones; se gana al espectador y le hace cómplice de un escenario único: el de la transformación de la realidad cotidiana y el deseo de hacer, de la pintura vida. Dora Piñón toma con fuerza el espacio representado de lo sentido y la observación del natural, lo cual aplica como norma hacía lo propio. Los grandes formatos y la personalidad de su gesto, delatan a una artista vitalista en lo físico, sin embargo el modo de llevar el discurso, de entrelazar imágenes y asuntos, es de una excepcional madurez mental y plástica que va mucho más allá del propio tema de representación: sabe parar el tiempo dentro del cuadro y sabe solucionar cada cuadro con lo que la pintura pide.

El dominio del color le confiere la máxima categoría artística. Su figuración deshecha es de gran riqueza cromática, el trazo libre y variado de su pincelada tiene la contundencia contenida de lo visceral frente a lo racional. De amplios recursos matéricos, entiende la pintura desde todas sus facetas técnicas y gramaticales, otorgando especialmente a la materia del óleo la soberanía de quien conoce todas sus posibilidades. Desde las entrañas de unas estructuras bien configuradas, observa la realidad en la construcción de nuevas imágenes, donde todos los elementos van cobrando apariencias vividas para ir construyendo un mundo de extrañas figuraciones. Es sin duda la obra de Dora Piñón, el resultado de un arte sincero, una obra involucrada en la investigación pictórica y el pensamiento plástico; una obra sin prejuicios y una artista que se impone ante lo bidimensional desde una postura que -alejada de modas y estrategias- busca la verdad más absoluta en lo que hace.

 

 

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